viernes, 1 de noviembre de 2013

Atenas - Mónica González Cortés

—Abre bien los ojos y dime qué es lo que ves.

Hay un olor en el aire, demasiado penetrante como para ser ignorado. Es una mezcla rara entre incienso y flores de cempasúchil. Es tan intenso que apenas puedo pensar con claridad.

—¿Qué es lo que ves?

Vuelve a resonar la voz, retumbando en mi cráneo. Se siente como esas malditas migrañas matutinas de las cuales nunca pude escapar. Está bien, abriré los ojos y le diré de una buena vez qué es lo que veo, tal vez así se calle y me deje en paz.

No hay mucho que ver, es una habitación obscura, rodeada de unas velas de cera blanca y la cera me parece más resplandeciente que la misma luz que las velas emanan. Mis dedos entumidos y fríos impiden que me concentre en lo que está a mi alrededor. No se siente aire frío, no es viento. Es más bien mi propio cuerpo el que se está helando. “Concéntrate”, me digo. Tengo que contestarle a la voz.

—Hay imágenes aterradoras colgando de las paredes, recortes enormes de la Santa Muerte y me observan con tal curiosidad que hasta podría jurar que sus ojos se mueven… ¿Dónde estoy?

Por fin caigo en la cuenta de que no puedo recordar nada de antes del olor a incienso. Ahora sólo soy capaz de ver las cuatro paredes, una naranja, una morada, una amarilla y una rosa.

—Un escalón… —pronuncio en un suspiro y enseguida subo de nivel.

Casi resbalo con la tierra que está esparcida en el suelo. Me doy cuenta de algo extraño, no siento el palpitar en mi pecho y estoy descalza. Aparte, entre mis dedos lo que hay no es tierra, es algo blanco y rasposo.

—¿Ya te acordaste?

Lo recuerdo ahora. La molesta voz solía ser mi acompañante en mis noches de insomnio, mi consuelo en las tardes de angustia y mi tormento en las mañanas depresivas. Claro, mi propia voz.

Ahora en cada una de las cuatro paredes hay una puerta. La del norte es de madera rústica, la del sur parece tan pesada y brillante como el mármol, la del este es idéntica a la de mi casa, sin nada extraordinario y en el oeste está una muy alta y ancha, como de iglesia. Pero lo que más me llama la atención en esta habitación es el espejo de en medio. Doy unos siente pasos para poder estar de frente a él y reflejarme. Mis ojos tardan unos segundos en adaptarse a la oscuridad y entonces me veo… tengo el rostro pálido y la camisa llena de sangre. La imagen frente a mí está llorando a mares pero no puedo creer que soy yo. Es como si estuviera deslindada de mi propio ser, como una escena de una novela de televisión. ¿Yo? ¿Llorando? ¿Y eso cuando pasaba?

—¿Ya te acordaste? —me pregunta mi reflejo.

—¡No!

Abro la puerta del este esperando aparecer bajo el umbral de mi casa, pero me topo con otro escalón. Lo subo y ahora estoy aquí.

¿Alrededor? Un ambiente sepulcral, las veladoras parecen querer indicarme el camino a casa, pero desde que tengo memoria yo no tengo una casa. A veces escucho “Santa María madre de Dios” o “Padre nuestro que estás en el cielo” y yo grito: “¡Santa María y el Padre me tienen encerrada como su guarra!”

Porque ya recuerdo.

Mi cuñada trajo a su sobrina a las tres de la tarde para que la cuidara mientras ella iba a trabajar, como lo hacía todos los jueves. Atenas tenía unos ojos enormes y azules, parecidos a los de mi hermano.

—Si le robas la luz de sus ojos, tal vez recuperes la luz de los tuyos —me susurró mi voz compañera y yo obedecí.

Pobre Atenas, ni si quiera tuvo suficiente tiempo para gritar cuando le atravesé el cuchillo en la tráquea. Nada más abrió sus ojos enormes y azules. Enormes y azules con brillo. Enormes y azules sin brillo, para siempre.

No podía vivir con la culpa y salté desde el piso doce. Mi única decisión que no había implicado el consejo de “la voz”.



La gente espera que la luz y los pétalos me guíen de regreso, pero no saben que es mejor así. A los cerdos se les tiene en su corral mientras los preparan para el matadero, a los pájaros en sus jaulas para privarlos del vuelo; a los perros, con correas, para que no esparzan la rabia. Y a las guarras como yo, un vaso de agua, un pedazo de pan y una cruz que estarán conmigo encerrados en el inframundo.

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