I.
Mi ánfora maravillosa me trae el recuerdo del viejo Aladino. No la froté pero, al tomarla entre las manos, el bello genio que la habita me habló. La coloqué a mi lado, la acaricié pronto, pronto, y luego del amado cántaro salieron un sinnúmero de palabras que un cuarto de siglo atrás un hombre joven escribió. Él es el Genio del ánfora.
II.
Hice un ritual después de muchos años. Te vi de nuevo, te lloré como nunca y me desgarró un dolor que otros conocieron hace tiempo, dolor que fue anestesiado en mí, con un placebo arenisco, aquel que configuró el asfalto contra el que me estrellé de bruces. Entonces, me regresó tu ausencia. Tu dolor me rescató de la playa lejana, me devolvió a la vida bajo este cielo y sobre esta tierra. Esa noche hube de llorarte hasta el cansancio, de evocarte hasta la saciedad, de lavarte en mi deseo las heridas con estas lágrimas que sanan. Te envolví en los recuerdos de tu imagen, de tus letras, de tu risa, de nuestra salsa en el Bar Alemán de la calle Carabobo, de este amor que se eternizó en la juventud de nuestros mutuos veinte.
III
—¿Dónde está la tumba del poeta? —me pregunto. Te veo entre las nubes desde el piso octavo de mi vida. Sonrío con tu imagen, aunque tu cuerpo sea hoy cenizas, en algún riachuelo. Leo en tus poemas vida, pasos, deseos de ser, alegría, esperanza, fortaleza, bravura. Son tu herencia, tus legados.
IV
Genio de mi ánfora: andarás conmigo por rincones y explanadas; a mi lado nadará fresca tu sombra, rociará cerveza, hará la rueda rueda con los niños, hablará en todos los lenguajes conocidos e inventará otros tantos de esos urgentes, que incluyen, además de gestos, besos por el aire lanzados desde el pico de unos zancos. Después compartiremos el mismo lápiz, mientras volamos juntos en los aviones y en las águilas.
V
Mi ánfora tiene nombre: es tu poemario. En la portada se lee Delmasestrictousoyabuso. Debajo va tu nombre: Chucho Peña.
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