lunes, 1 de noviembre de 2021

Ofrendas en el exilio - Ernestina Cortés Albor

Desde niña aprendí el significado de la ofrenda de muertos. Recuerdo cuando mis primos y yo nos comíamos la fruta de la ofrenda que ponía mi abuela, ella nos decía que rezáramos un Padre Nuestro antes de tomar la fruta, pero con las prisas que una tiene de niña rezábamos una “versión corta”. Desde que me acuerdo, también mi mamá ponía la ofrenda por lo que ahora yo siempre pongo una ofrenda en mi casa.

Hace algunos años, por motivos de trabajo me tocó estar fuera de México en el mes de noviembre por lo que tuve que improvisar y echar a volar la imaginación a la hora de poner mi ofrenda y es que obviamente no había pan de muerto, o al menos no como el que se hace en México, por ejemplo, en el caso de Bolivia y Ecuador hacen panes que se llaman wawas, o tantawawas, que son panes que simulan niños pequeños; tampoco encontraba veladoras, así que solía comprar velas y colocarlas en vasos y por supuesto tampoco vendían flores de cempasúchil por lo que buscaba flores de color naranja, amarillo o morado para que al menos visualmente se pareciera un poco, el papel picado a veces lograba llevarlo desde acá, la fruta y la calabaza era mas sencillo conseguirlas pero las calaveritas de azúcar, ni pensarlo.

A pesar de todo, lo importante para mí era cumplir con esa necesidad que siento de poner la ofrenda. Estando fuera me entraba esa preocupación de no poder alumbrar el camino a mis seres queridos y que aun cuando yo estaba muy lejos de casa quería sentirlos cerca. Los hice recorrer muchos kilómetros, pero sé que siempre estuvieron conmigo.

Aquí algunas de las fotos de esas ofrendas en Chile y Ecuador:









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