miércoles, 1 de noviembre de 2023

Memorias de la pandemia - Armando Tumbas

Dos mil veinte fue especial, todo el mundo se enteró,
la población de difuntos en los panteones creció.
A causa de la pandemia, se “petatió” mucha gente,
los agarró descuidados, se los llevó de repente.

Esa tremenda tragedia parecía no terminar,
panteones abarrotados, una gran cola pa entrar.
Es bueno que los muertitos hagan gala de decencia,
sin causar gran alboroto esperaron con paciencia.

Algunos muy elegantes, otros sucios y andrajosos,
unos son muy seriecitos, otros son re desmadrosos.
Iban contando de chistes, todos “muertos de la risa”,
parece que ir a al averno no les corría mucha prisa.

Y se convirtió en tertulia, riendo y echando relajo,
dejar esta triste vida no les importó un carajo.
Algunos iban contando cómo transcurrió la historia
de preparar sus huesitos para partir a la gloria.

Yo no creía en ese virus, dijo Pancho el imprudente,
pensé que era puro engaño para asustar a la gente.
Al no tener precaución, se me metió hasta el pescuezo,
ya no pude respirar y quedé todito tieso.

Yo siempre creí en mi suerte de ser chica afortunada,
dijo Jenny la pecosa que siempre andaba pintada.
Me fui al salón de belleza para ponerme preciosa,
y me agarró La Catrina para llevarme a la fosa.

Yo no quise cancelar mi viaje de vacación,
dijo Gilberto el valiente, famoso por ser entrón.
Paseando por toda Europa para arriba y para abajo,
el virus se me pegó y que me carga el carajo.

En el panteón tenebroso un epitafio que reza…
“Ten cuidado con la muerte que suele ser muy traviesa,
Si te descuidas te lleva a donde no quieres ir,
no importa que estés muy chavo, también te puedes morir”

Es lógico y natural que la muerte esté encantada,
fue muy grande su cosecha con tanta gente taimada.
Piensan que son inmortales o se sienten influyentes,
hasta que la muerte astuta, llega y les pela los dientes.

El que no supo ni cómo fue el abuelo Pantaleón,
se la pasó encerradito de acuerdo a la situación.
Solo veía a la familia, pensando que se cuidaban,
pero sus nietos en antros… el virus recolectaban.

Cuando se sintió malito, fue rápido al hospital,
lo mandaron a su casa porque no estaba “tan mal”
—Regrese cuando presienta que se puede petatear,
ya entonces haremos pruebas para poder confirmar.

Después cuando regresó, muy apenas resollaba,
traía la muerte colgada y el cogote le apretaba.
Lo atendieron con temor y sin “prueba confirmada”,
alcanzó un respirador que no sirvió para nada.

También se murió Manuel, un doctor muy afamado,
lo recuerdan sus pacientes por estudioso y letrado.
Una eminencia en verdad, le tocó la situación,
del desabasto mortal de equipo de protección.

Debemos reconocer que existen clases sociales,
unos mueren en mansión, otros en los arrabales.
Y al final todos concurren a la misma dirección,
domicilio conocido: “Una fosa del panteón".

Pasó el tiempo y los difuntos siguen con el pachangón,
hay una banda que toca con vientos y percusión.
Disfrutan mucho el bailongo muy quitados de la pena,
se escucha el chocar de huesos y música de la buena.

Hay tequilita y mezcal, botanas y hartos manjares,
todos están muy contentos, corre cerveza a raudales.
Se dice que ahora festejan sin usar el cubreboca,
si no lo hicieron en vida no tiene caso en la fosa.

Dentro de sus almas buenas guardan un rencor eterno,
al “Doctor Muerte” Gatell que los empujó al averno.
Las vacunas retrasó para ahorrar unos centavos,
y la parca aprovechó con fatales resultados.

Cada día goza la muerte con su risa tenebrosa,
se escuchan sus carcajadas cada que llena una fosa.
Recemos por los difuntos, que tuvieron que partir,
sin olvidar que nosotros… los tendremos que seguir.

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