A partir de ese día la sentí conmigo. Ella me acompañaba, me inquietaba. Estuvo presente cuando contesté la llamada e inventé pretextos para no ver a mis hijos; aunque no podía verla yo sabía que estaba ahí detrás del muro. Se dio cuenta de mi desgano y desinterés por el trabajo. Descubrió mi vida solitaria y ermitaña. Llegué a sentir su mirada cuando me quedaba pensativo en la cama. Me fui acostumbrando y me aliviaba no verla. Tal vez era obvio, pero yo me cuestionaba sobre su presencia.
En el funeral de Ambrosio su sombra se confundía con el retrato del viejo amigo, sólo yo y un niño de aproximadamente cinco años, a quien su mamá ignoró, notamos cuando comenzó a elevarse y desapareció. Esa noche no pude dormir.
Los días subsecuentes al funeral Matías se quedaba quieto, alerta, mirando el rincón cerca de la puerta de mi habitación. En ese rincón no llega la luz natural y al abrir la puerta queda oculto. A partir de entonces decidí no cerrar mi habitación.
Los días iban transcurriendo como transcurría mi vida: sin novedades. Cada día sentía que caminaba más lento, ya no me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Un halo de oscuridad fue envolviendo mi vida, la luz del sol se había perdido en mi penumbra. Creo que siempre había vivido así, pero ahora era consciente, ahora era tan pesado.
Esta mañana, en un susurro, me ha dicho que voy a morir. Después de esas palabras inmediatamente abrí los ojos. No fue en sueño, de eso estaba seguro. Me vestí rápidamente. Quería salir. ¿A dónde? No lo sé. Cada segundo la idea se me hacía más real: “Voy a Morir”.
En cada paso mis piernas temblaban. Mi mente se envolvió en un sinfín de pensamientos. Crucé la calle sin precaución, el rechinar de un carro y el claxon hicieron que reaccionara. No sabía qué hacer, me daba cuenta que me estaba aferrando a una vida que desde hace tiempo ya no tenía sentido para mí. No obstante, me creía con el derecho de decidir sobre mi vida, sobre mi muerte, no me gustaba la idea de que la misma me fuera arrebatada.
Por unos instantes cedí. Tal vez lo soñé, tal vez me precipité. Ella ya no estaba cerca de mí, ya no la sentía, ya no recordaba la última vez que sentí su presencia. Comencé a relajarme. Mis latidos ya no estaban acelerados. Fui recobrando la cordura. No supe exactamente cuánto tiempo pasó desde que salí de casa, pero el sol comenzaba a perderse en el horizonte.
He llegado, abro el portón. Matías se abalanza hacía mí, le hago una caricia y lo dejo entrar. Me sirvo un poco de cereal, le sirvo otro tanto a él. El noticiero de la noche me ha quitado las ganas de saber del mundo.
Nuevamente comienzo a sentirme sin energía. Me doy una ducha. Me veo al espejo y veo su sombra. Por un momento mi pecho se contrae, me siento agitado, no consigo recuperar el aliento. Me sujeto del lavabo, vuelvo al espejo y sólo está mi reflejo. Otro pensamiento llega a mi mente: No fue en sueño.
Dudo si ponerme pijama o dormir como estoy, decido lo primero, prefiero morir cómodo. Matías ha comenzado a ladrar sin cesar, primero a la ventana y luego al rincón, trato de calmarlo, le explico que alguien vendrá por mí que no tenga miedo, aunque sé que el que tiene miedo soy yo.
Me recuesto en la cama, me siento agotado. Matías sube a mis piernas. Sólo unos minutos de tranquilidad. Después se inquieta, ladra, gruñe. Le acaricio el lomo. Tiene la mirada fija en ese rincón, yo evito verlo.
Matías se ha calmado. Yo me voy relajando y voy cayendo en el sueño profundo. Al cerrar los ojos puedo verla, no se acerca, sólo me observa, para mi sorpresa yo también la observo. Quisiera retarla, decirle que yo decido, pero no puedo hablar, no me puedo mover. Como un espejismo veo a Matías que se ha puesto en sus cuatro patas y ladra sin que yo pueda escucharlo.
En el funeral de Ambrosio su sombra se confundía con el retrato del viejo amigo, sólo yo y un niño de aproximadamente cinco años, a quien su mamá ignoró, notamos cuando comenzó a elevarse y desapareció. Esa noche no pude dormir.
Los días subsecuentes al funeral Matías se quedaba quieto, alerta, mirando el rincón cerca de la puerta de mi habitación. En ese rincón no llega la luz natural y al abrir la puerta queda oculto. A partir de entonces decidí no cerrar mi habitación.
Los días iban transcurriendo como transcurría mi vida: sin novedades. Cada día sentía que caminaba más lento, ya no me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Un halo de oscuridad fue envolviendo mi vida, la luz del sol se había perdido en mi penumbra. Creo que siempre había vivido así, pero ahora era consciente, ahora era tan pesado.
Esta mañana, en un susurro, me ha dicho que voy a morir. Después de esas palabras inmediatamente abrí los ojos. No fue en sueño, de eso estaba seguro. Me vestí rápidamente. Quería salir. ¿A dónde? No lo sé. Cada segundo la idea se me hacía más real: “Voy a Morir”.
En cada paso mis piernas temblaban. Mi mente se envolvió en un sinfín de pensamientos. Crucé la calle sin precaución, el rechinar de un carro y el claxon hicieron que reaccionara. No sabía qué hacer, me daba cuenta que me estaba aferrando a una vida que desde hace tiempo ya no tenía sentido para mí. No obstante, me creía con el derecho de decidir sobre mi vida, sobre mi muerte, no me gustaba la idea de que la misma me fuera arrebatada.
Por unos instantes cedí. Tal vez lo soñé, tal vez me precipité. Ella ya no estaba cerca de mí, ya no la sentía, ya no recordaba la última vez que sentí su presencia. Comencé a relajarme. Mis latidos ya no estaban acelerados. Fui recobrando la cordura. No supe exactamente cuánto tiempo pasó desde que salí de casa, pero el sol comenzaba a perderse en el horizonte.
He llegado, abro el portón. Matías se abalanza hacía mí, le hago una caricia y lo dejo entrar. Me sirvo un poco de cereal, le sirvo otro tanto a él. El noticiero de la noche me ha quitado las ganas de saber del mundo.
Nuevamente comienzo a sentirme sin energía. Me doy una ducha. Me veo al espejo y veo su sombra. Por un momento mi pecho se contrae, me siento agitado, no consigo recuperar el aliento. Me sujeto del lavabo, vuelvo al espejo y sólo está mi reflejo. Otro pensamiento llega a mi mente: No fue en sueño.
Dudo si ponerme pijama o dormir como estoy, decido lo primero, prefiero morir cómodo. Matías ha comenzado a ladrar sin cesar, primero a la ventana y luego al rincón, trato de calmarlo, le explico que alguien vendrá por mí que no tenga miedo, aunque sé que el que tiene miedo soy yo.
Me recuesto en la cama, me siento agotado. Matías sube a mis piernas. Sólo unos minutos de tranquilidad. Después se inquieta, ladra, gruñe. Le acaricio el lomo. Tiene la mirada fija en ese rincón, yo evito verlo.
Matías se ha calmado. Yo me voy relajando y voy cayendo en el sueño profundo. Al cerrar los ojos puedo verla, no se acerca, sólo me observa, para mi sorpresa yo también la observo. Quisiera retarla, decirle que yo decido, pero no puedo hablar, no me puedo mover. Como un espejismo veo a Matías que se ha puesto en sus cuatro patas y ladra sin que yo pueda escucharlo.
Ella se acerca, es casi como la han descrito: alta, vestida de negro, es una mujer. Percibo una ligera mueca, se cree vencedora y yo me siento derrotado. Ella estira su brazo, su mano toca mi cara. Que extraño: nunca pensé que la muerte llegaría en una caricia.
Ahora estoy de pie, junto a ella. Reacciono y volteo a mi cama. Ahí está mi cuerpo, pareciera que sigo dormido. ¿Acaso lo estoy? Matías ya no es un espejismo, lo puedo ver, él también puede verme, ya no ladra, ya no gruñe. Yo sigo flotando, voy junto a ella. Como si mágicamente hubiera caído a sus pies, su presencia no me da miedo, sé que me lleva a un lugar seguro. Es difícil despedirse de los que quieres y te quieren, aunque en mi caso sea sólo un perro. Despedirte de tu propio cuerpo también es un conflicto, nunca lo imaginé, dejar aquello que creías ser y darte cuenta que no eres. ¿Ahora qué soy? Me acerco a mí y me veo inmóvil, extrañamente me recuerdo vacío, ahora ya no lo estoy.
Le pregunto a ella, a la muerte, a mi muerte:
Ahora estoy de pie, junto a ella. Reacciono y volteo a mi cama. Ahí está mi cuerpo, pareciera que sigo dormido. ¿Acaso lo estoy? Matías ya no es un espejismo, lo puedo ver, él también puede verme, ya no ladra, ya no gruñe. Yo sigo flotando, voy junto a ella. Como si mágicamente hubiera caído a sus pies, su presencia no me da miedo, sé que me lleva a un lugar seguro. Es difícil despedirse de los que quieres y te quieren, aunque en mi caso sea sólo un perro. Despedirte de tu propio cuerpo también es un conflicto, nunca lo imaginé, dejar aquello que creías ser y darte cuenta que no eres. ¿Ahora qué soy? Me acerco a mí y me veo inmóvil, extrañamente me recuerdo vacío, ahora ya no lo estoy.
Le pregunto a ella, a la muerte, a mi muerte:
—¿Por qué me elegiste?
—Yo no te elegí, tú me llamaste. Todos consienten su partida. Sólo te estuve observando. Hace tiempo que estabas muerto, hace tiempo vivías dormido.
Excelente publicación!!
ResponderEliminarMe encantó, comparto con ella, muchas veces vivimos la vida sin disfrutar de ella y agradecer cada momento.
Genial!!!! El texto me atrapo de principio a fin.
ResponderEliminarY te lleva a la reflexión sobre la vida y la muerte, aquella que tememos y en ocasiones enfrentamos una vida está más vacía que la propia muerte. Felicitaciones a la escritora
esto esta mas que excelente, y es la forma exacta de describir el proceso vida y el proceso muerte.. la forma en que se cierra el texto " porque me elegiste ? ".. me tiene asombrado!! te felicito
ResponderEliminarFelicidades querida Zaira compañera de cuentos y de dichas literarias. Excelente tu cuento me ayudaste a sentir como es la muerte. Sutil, no inesperada, un paso hacia otra vida, la verdadera.
ResponderEliminarExcelente me gustó mucho
ResponderEliminarExcelente escrito. Muy bueno 👏
ResponderEliminar