viernes, 1 de noviembre de 2019

Magia Salcido


Para morir no importa la apariencia, por lo tanto la belleza será efigie que retoce en mis mejillas sonrosadas con el toque de tristeza que la aqueja, mientras vivo, mientras salga de mi sangre la palabra. Cuánto pesa el deseo, cómo se mide, cuantos metros me separan de una tumba, los cabellos tiemblan en los dedos entre el beso que se ansía y cierta penumbra. Cierto epígrafe preambulando el cierre de la historia me recuerda cierto pergamino atado.

La última palabra es la palabra del poeta, la última palabra es la que queda.

Las últimas palabras de Hamlet: El resto es silencio.

Las últimas palabras de Goethe: Más luz.

Las últimas palabras de Jesucristo: Padre mío, Padre mío: ¿por qué me has abandonado?

Las últimas palabras de Julio César: ¿También tú, Bruto?

Las últimas palabras de Picasso: Beban por mí, beban a mí salud, que yo no puedo hacerlo más.

La fe sólo acarrea decepciones cuando ponemos en práctica la esperanza que se dirige al futuro, ese sueño que no puedo controlar, ese film donde no puedo hacer nada más que esperar a que sea presente y participar flexiblemente con lo que venga. Lo único que pertenece al tiempo presente, y es un verbo en conjugación constante, es el amor, sea que pueda manifestarlo a quien amo, sea que no. El amor no tiene prejuicios, ni condiciones; practicaré el amor aun en ausencia de quien deseo amar. Aunque haya muerto, yo sigo amando.

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