(fragmento)
Nada es necesario. La muerte me ayuda: sumerge sus ojos entre los huesos de la cara, afila la nariz, lo cubre con un color pálido. Tomo su mano. Muere muy solo con su mano en mi mano. Los dedos de la ausencia borran el vaho del espejo. No está ahí, no respira. El sudor se rezuma y la vida deja moronitas sobre su piel, un polvo seco y frío. Ya no lo miro aletear entre la tierra, ni aleteo yo bajo la lluvia. Me entrega toda su muerte. Ya no se habla ni se llora, lo importante pasa en el silencio. El dolor queda afuera.
Me jala la libreta, sigo al tiempo desde el signo, lleno un papel con una historia. Le entrego su muerte, lo entierro.
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